¿Qué es la adicción a la cocaína?
La adicción a la cocaína es un patrón de consumo que se vuelve difícil de controlar, a pesar de las consecuencias negativas. No es una cuestión de “fuerza de voluntad”: la sustancia actúa rápidamente sobre los circuitos de recompensa del cerebro, liberando dopamina e instalando un ciclo de subidón–bajón que empuja a repetir. Ese vaivén, sumado a disparadores emocionales y del entorno, puede transformar lo “ocasional” en algo prioritario, que desplaza vínculos, trabajo y salud.
Cómo actúa y por qué engancha
Tras el consumo suele aparecer euforia, aumento de energía y sensación de poder o confianza. Luego llega el crash: irritabilidad, ansiedad, tristeza, fatiga y deseo intenso de volver a consumir para “nivelar”. El cerebro aprende rápido esa asociación: si me siento mal, consumo; si consumo, me siento “mejor” por poco tiempo. Con el tiempo, se desarrolla tolerancia (se necesita más para sentir lo mismo) y el consumo se vuelve más frecuente o arriesgado.
Formas de consumo y riesgos
La cocaína puede aspirarse en líneas, inyectarse o fumarse (por ejemplo, crack o pasta base). A mayor velocidad de llegada al cerebro, más intenso el pico y más fuerte el bajón, con mayor riesgo de dependencia. Entre los riesgos inmediatos están taquicardia, hipertensión, dolor de pecho, arritmias y, en casos severos, eventos cardiovasculares. En lo psicológico pueden aparecer ataques de pánico, irritabilidad, insomnio y paranoia. Combinar cocaína con alcohol eleva la toxicidad y el riesgo conductual.
Señales de alerta
- Prometer “bajar” o “controlar” y no poder sostenerlo.
- Desaparecer por horas o días, cambios bruscos de humor y de rutinas.
- Gastos sin justificar, deudas, objetos vendidos o pedidos de dinero.
- Insomnio, pérdida de apetito, descenso de peso, irritabilidad o ansiedad marcada.
- Aislamiento, conflictos de pareja/familia y bajo rendimiento laboral o académico.
- Ocultamiento del consumo, mentiras, minimizar problemas o culpar al entorno.
Comorbilidades y contexto
La adicción rara vez aparece “sola”. Es frecuente que coexista con ansiedad, depresión, estrés postraumático u otros consumos (alcohol, cannabis, benzodiacepinas). Ignorar ese trasfondo reduce las chances de recuperación. Por eso insistimos en una evaluación integral que contemple salud mental, red de apoyo, trabajo, estudios y familia. También se consideran factores de riesgo del entorno: amistades que consumen, lugares gatillo y horarios vulnerables.
Tratamiento que funciona
No hay una única receta; el plan se personaliza. Los pilares con mejor evidencia incluyen:
- Entrevista motivacional: ordenar motivos para cambiar, metas realistas y pasos concretos.
- Terapia cognitivo-conductual: identificar disparadores (lugares, personas, emociones), cuestionar creencias (“controlo”, “me lo merezco”) y entrenar respuestas (posponer, llamar a alguien, salir del lugar).
- Gestión del deseo (craving): técnicas mente–cuerpo, respiración, actividad física y planes de 15–30 minutos para “surfear” la ola del impulso.
- Rutina protectora: sueño regular, alimentación, trabajo/estudio y actividades que den placer y sentido.
- Acompañamiento familiar: pautas claras para apoyar sin encubrir, comunicación asertiva y límites que cuidan.
Cuando hay consumo intenso, riesgo médico o poco sostén social, proponemos dispositivos de mayor contención: hospital de día o internación terapéutica. Si existen trastornos de ánimo, ansiedad u otros consumos, se abordan en paralelo. El seguimiento posterior es clave para consolidar avances y prevenir recaídas.
Plan de seguridad personal
- Mapa de disparadores: anotar lugares, personas, estados emocionales y horarios que aumentan el riesgo.
- Reglas visibles: no llevar dinero extra, evitar estar a solas con contactos de consumo, elegir rutas alternativas para no pasar por “zonas rojas”.
- Red de apoyo: dos personas a quienes avisar si aparece el impulso; mensajes modelo listos para enviar.
- Entorno limpio: descartar utensilios, borrar chats y números, bloquear accesos a proveedores.
- Ventana de decisión: esperar 20–30 minutos antes de actuar; moverse, bañarse o salir a caminar cambia el estado fisiológico.
Rol de la familia: sostener sin rescatar
El límite entre ayudar y encubrir es delicado. Pagar deudas de forma indefinida o justificar faltas puede, sin querer, sostener el ciclo. Lo más útil es acordar límites concretos (acceso restringido a dinero, horarios de llegada, acompañar a espacios terapéuticos), y sostener la conversación en un tono firme y respetuoso. El cuidado de la familia también importa: descansar, mantener rutinas, pedir orientación para no quedar atrapados en el problema ajeno.
Prevención de recaídas
La recaída no significa “volver a cero”: es información para ajustar el plan. Trabajamos con chequeos semanales, registro de emociones y una regla simple: HALT (por sus siglas en inglés) —cuidado con el hambre, la ira, la soledad y el cansancio— porque elevan el riesgo. También proponemos rituales breves de inicio y cierre del día, espacios de disfrute y objetivos pequeños con indicadores claros (por ejemplo, 7 días sin consumo, 3 salidas saludables por semana).
Primeros pasos
- Pedir ayuda hoy: una conversación a tiempo evita escalar riesgos.
- Definir metas alcanzables: reducción guiada o abstinencia, según tu momento y tus riesgos.
- Orden práctico: dormir, comer, hidratarse y moverse; el cuerpo regula la mente.
- Plan para momentos críticos: ¿a quién llamo?, ¿dónde voy?, ¿qué hago 20 minutos?
Si vos o alguien cercano necesita orientación, en Sanación Interior ofrecemos una evaluación integral y un plan personalizado, ambulatorio o con mayor contención si hace falta. Pedir ayuda es un acto de cuidado, no de debilidad.
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